Para el artista como para el galerista –Juan Carlos Popa- había una deuda que pagar y un tributo que rendir a las raíces culturales afrocubanas de las que proceden. Y una invocación y homenaje a aquellos artífices que las hicieron posible, como Nicolás Guillén, Fernando Ortiz, Wifredo Lam, Sara Gómez, José Martí, Leonardo Padura, Belkis Ayón, Nicolás Lambardian, Caridad Cuervo, entre otros, así como los líderes independentistas tal que Aponte, Maceo o Juan Gualberto Gómez.
Es un recorrido el de la exposición que parte del Siglo XVIII, a partir del cual va cuajando la cubanidad, esa acepción ya consagrada, tanto cultural como socialmente, que ha sido fruto de un sincretismo entre lo aborigen, lo africano y lo hispánico, y que se ha consolidado como expresión de reconocimiento e identidad, impregnando así todas las manifestaciones artísticas habidas de ese núcleo de signos y significaciones.
Planteada de tal modo la gestación de esta muestra que se inaugurará el día 26 de septiembre de 2018 en la galería Poparte de Madrid, Felipe Alarcón infunde a su caudal mestizo una humanidad de vivos y muertos y se mueve entre una interacción de potencias que se influyen mutuamente –sin omitir el autorretrato del propio autor y el retrato de Popa-. Con ello da lugar a la existencia de una circulación constante de ingredientes formales de la más diversa procedencia.
Pues ya es una seña de su quehacer la irradiación de un idioma cromático codificado, basado en las dimensiones simbólicas acordes con el numen de lo invocado. Hasta su culminación en secuencias de asociaciones emotivas e intelectivas que iluminan y completan la capacidad receptora.
Felipe posee dentro de sí mismo un arte de vaciarse, de hacer que las transfusiones pictóricas se le impongan y le obliguen a sacarlas al exterior y a manifestarlas. Más que un reto, que sí que lo es, es un tránsito encadenado que necesita consumarse. Su trabajo de puesta en escena bascula entre la luz y la oscuridad, entre lo histórico en su temática y lo contemporáneo en su resolución plástica, entre lo figurativo y su pátina abstracta, entre colores fríos que se contaminan con los calientes y acentúan una realidad que todavía está viva y se proyecta en el espacio y en el tiempo, lo que queda de manifiesto si nos desplazamos, tal como nos invita cada pieza, de un modo diferente por su superficie.
Hay siempre intuición, búsqueda y determinación en la mano de Felipe. La alusión a esos personajes, además de ofrenda y solicitud, no es impostación en absoluto, sino el transcurrir a través de sí mismo de una continuidad fidedigna y artística. Incluso entraña que lo ha asumido como algo suyo y en su propio lenguaje, absorbiendo esas aportaciones que como creadores y actores de su época han contribuido a un nuevo mundo de realizaciones y experiencias de todo orden.
Por eso, al final su perspicacia estética le permite transformar esos flujos inacabables en unos diálogos que bucean en las vivencias de su acontecer en el presente y en su destino hacia el futuro, rompiendo inercias perceptivas para acceder a intercambios tan exigentes como germinativos (Saborit).
Por lo tanto, estamos ante toda una serie fruto de una expresión propia y singular, de la autenticidad y depuración de su hacer pictórico, que se constituye en un vehículo de su intimidad lírica y del sentimiento de un universo confabulado con ella para su fusión con la mirada del observador.
Y esa fusión visual y cultural desemboca en una honda dimensión global de vientos entrecruzados y coordenadas espacio-temporales que pueblan su contemplación de improntas oculares y presagios animistas.
Cierto es que siempre el artista tanto está rastreando como localizando, enhebrando secuencias como otros elementos aditivos, incorporando hallazgos, collages, experimentaciones, transformaciones, pigmentaciones, inyecciones de confluencias delineadas y, presidiendo este actuar, sus alientos azarosos y liberadores.
Su técnica es su modo y manera de movilizar el mundo (Jünger), previa a su interiorización para hacerla suya y le lleve a la acción. Pero todo lo cual sin coerciones, adoptando dinámicas emanantes que se vierten, se expanden y luego se asientan, con lo que llegan a la revelación y desocultamiento. Por tanto, a través de este proceso su repertorio va creciendo, tomando cuerpo, conciliando elasticidad, grosor y dureza.
Él se desenvuelve entre dos polos –que nunca están en perfecto y aburrido equilibrio- que se inclinan, según las variaciones y métodos de su creatividad, más a lo poético unas veces y a la sabiduría estética otras, aunque siempre amalgamados y sin desarraigo de la vida concreta y palpitante.
En sus imágenes se sintetizan relaciones y vínculos de contigüidad con las que se enlazan unos componentes y otros. Y con ellos también aparecen un mayor o menor porcentaje de factores inconscientes e incontrolables. Conviven así configuraciones oníricas y apariciones magicistas dotadas de un permanente narrar e imaginar.
Por último y como corolario, hay que destacar que esta cosmovisión plástica latente se asoma como una confesión de origen y pertenencia, como una declaración explícita de los avatares de un destino telúrico, isleño, artístico y de eterno retorno. Y de mucho duende.
Gregorio Vigil-Escalera
De las Asociaciones Internacional y Española de Críticos de Arte (AICA/AECA)